Fotografía: Juan Pablo Carrillo

Soy de la media de la población a la que no le gustan las despedidas,  motivo por el cual me considero un poco acumuladora y bastante nostálgica. Pero el 2017 es la prueba más fehaciente de que dejar ir lo pasado y obsoleto, al menos para mi, ha sido abrirle los brazos, la boca y el corazón a las posibilidades.

Este post es un ritual de despedida y agradecimiento al invierno, al lado de Paula, mi BFF-cómplice-hermana-cherry twin con quien comparto el gusto por la moda y el diseño, y con quien en más de una ocasión, ha coincidido que llegamos a alguna reunión o evento, vestidas casi igual. Algunos expertos en sociología lo llaman “Conciencia Colectiva”, sin embargo, lo que hay entre ella y yo, es  una impresionante “Conexión Sobrenatural Del Tercer Tipo”; casi podría jurar y escupir que lee mi mente y yo la de ella. Es quien me pica las costillas para ponerme creativa y me acompaña de vez en vez, a darle de comer a mi instinto intelectualoide; llámese viaje, exposición o bazar.

También, sin duda, es la que se lleva el crédito de este post, puesto que fue quien tuvo la genial idea de despedirnos juntas del invierno con redobles, para después, poder decirle ¡HOLAAAA! a la primavera. 

Decir adiós, es para valientes, inclusive cuando de moda se trata.

Despedirnos es un hecho al que nos enfrentamos todos los días, todo el tiempo, porque, por trillado que suene, la vida es movimiento,  nada es estático y nadie es permanente. Decir adiós, es atreverse a hacerlo diferente, permitir que te pasen cosas; dejar atrás personas, creencias, malos hábitos y viejas mañas. Adaptarse a los cambios y qué mejor, generarlos.

Para nosotras, hacerlo distinto es pensar distinto; va más allá de vestirnos raro, o cortarnos el pelo; no son actos de revolución, son el resultado de la evolución… de nuestra humanidad. De ser cada día más nosotras mismas. 
Antes de aventar los vestidos de lana, los abrigos, las bufandas y las botas, queríamos decir:
¡Gracias, gracias… estamos agradecidas!


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