En mi afán infantil por clasificar el mundo que habito, en lo que a amor por la moda se refiere puedo decir que existimos tres grupos de personas: el grupo Alpha, que sabemos que la moda es nuestra y nosotros de ella en cuerpo y alma; el grupo Beta, a quienes la moda nos enloquece pero fingimos mantener un poco de cordura; y finalmente los Sigma, que les gusta verse bien, pero no es para tanto (yo por supuesto, no pertenezco a éste, es un destino que sólo visito de vez en cuando).
Gracias al ataque de nostalgia que de un tiempo a la fecha nos dio, comenzamos a reproducir la moda de los años 90. Esos años que realmente fueron maravillosos, porque contábamos con importantes íconos como Lady Di, Cindy Crowford, Claudia Schiffer, Kate Moss, Milla Jovovich, Drew Barrymore, entre varias otras mujeres que marcaron tendencia, utilizando labiales obscuros, jeans a la cintura, choquers, ombligueras, boinas y diademas, por mencionar sólo algunas prendas básicas, mismas que hoy en día vuelven a ponerse de moda.
Con un poco de suerte y desequilibrio emocional, nuestro trastorno de acumuladoras profesionales nos podría ayudar a aún ser dueñas y señoras de esas piezas únicas, localizadas muy probablemente en algún recóndito recoveco de nuestros armarios (de nosotras o de nuestras mamás), reutilizando y reciclando así, cosas padrísimas y colocándonos en el grupo Alpha (que es al que yo pertenezco, por supuesto). O de lo contrario, tendríamos que emprender una excursión en la búsqueda de tiendas de ropa vintage donde esas reliquias, nos podrían costar un ojo de la cara, invitándonos a ser del grupo Beta (al que también pertenezco); o ya de plano, sólo nos quedaría recurrir a la búsqueda de copias chafas en algunas tiendas de ropa chatarra, lo que de inmediato nos ubicaría, a mi parecer, en el grupo Sigma.
Por otro lado, tengo que confesar que en mis recuerdos de infancia, son contadas las ocasiones en las que aparece mi mamá llevando a cabo esa ardua labor de peinarme, actividad que le demandaba sumo esmero, porque ese no era su fuerte en la tarea de ser madre, chofer, maestra, chef, lavandera, costurera, esposa, ama de casa, hija, hermana… mujer.
Desde entonces puedo presumir que tengo una basta colección de diademas, pues fueron mis grandes aliadas, sacándome infinitas veces de apuros, sobretodo porque en mi escuela, ir bien peinada era un requisito fundamental, ya que a las monjas les parecía primordial que desde pequeñas aprendiéramos la importancia de tener siempre una buena imagen.
Y pues estoy feliz de saber que vuelve la fiebre de las diademas como en los años 90, cuando yo era básicamente una cabra loca con una extensa colección de diademas y que aún conservo.