Decidí colgar en el perchero de la entrada el kimono negro y flores grandes que me regaló mi amiga Regina el día de mi cumpleaños, y así restarle angustia a la diaria decisión de «no sé qué ponerme».
Ir por la vida con una playera básica, kimono y jeans, kimono y falda o kimono y shorts, ha sido en parte la manera en la que me he rebelado en contra de mis ganas de vestirme distinto todos los días para evitar repetir atuendo, porque muy a mi pesar, yo también solía formar parte de esa gran media de la población que percibe eso como un delito y gravísimo atentado en contra de «La Policía de la Moda».
No sé bien si es coincidencia que sea últimamente un kimono mi uniforme casual, por el simple hecho de ser una prenda oriental y también un regalo de alguien muy especial en mi vida, lo que sin duda la hace ir muy ad hoc con mis ideas y deseos de alcanzar una vida más auténtica y alegre, en la que me permito fluir con los ritmos de la naturaleza, libre de etiquetas y restándole ansiedad provocada por el consumismo e ideas bobas relacionadas con el «deber ser» y el «deber hacer».