Hay días que inevitablemente algo te arruina la buena racha que llevabas y pum, te cambia la actitud, te trastorna fatalistas y comienza el drama acerca de la vida y sus mil y un maneras de burlarse de ti.
Así me pasó la vez que de adolescente me salté la supervisión de mi madre y metí a la lavadora un hermoso suéter de cachemir blanco de cuello de tortuga bellísimo que me había regalado mi abuela; o la vez que metí hace un par de navidades el reboso de lana de Guerrero que me había regalado la mamá de mi mejor amigo; o la última y más reciente , el día que se me hizo fácil meter mi vestido azul cielo de rayón con la carga de ropa delicada. Invariablemente me sorprendo, caigo en shock cuando encuentro mi ropita pequeñita y diminuta, como para vestir muñecas.
¿Alguna vez te ha pasado? Si la respuesta es afirmativa (asintiendo con la cabeza) puede ser que sea demasiado tarde, pero también puede ser que este post te ayude a saber qué hacer en próximas ocasiones:
- Mantén la calma y respira profundo.
- Si tu prenda aún está húmeda, estírala lo más posible de manera uniforme.
- En caso de que ya esté seca, métela en una tarja de agua con suavizante, déjala remojando durante un día entero. Después enjuágala perfectamente y tiéndela sin escurrir en una reja de esas para tender ropa para que no se desgobierne.
- Háblale a tu mamá o a tu abuela, ellas siempre sabrán qué hacer.
Muchas de las telas se encogen al secarse o al lavarse y prendas de rayón, lino o lana se encogen cuando las lavas. Para hacer las cosas bien lo mejor es lavar la ropa con agua fría o a mano y colgarla para que se seque sola, y nunca nunca pasar por alto la etiqueta con las instrucciones de cuidado.